28 nov 2013

Mi padre baila con la lluvia.

Resulta que llueve y una tiene que escribir, por qué si, porque llueve y el alma se desarma en letras. Así como la lluvia repentina se desarma en el parabrisas, en las calles, en las manos de los desmantelados y sobre la vida de este mismo jueves.

No hay pedazo de cartón que disimule la falta de sensibilidad, de amor, de caridad. Mientras unos se esquivan la lluvia a otros no les queda más que invitarla sentarse con ellos. Es como el momento más resignatorio y doloroso del jueves.

Entonces surge el suspiro muy elaborado, profundo y calante, porque duele, la lluvia duele. El parabrisas es un hormiguero de agua, las calles una industria de charcos y las manos un puñado de vida pasado por agua y quién sabe que más.

Buscamos el amor, lo encontramos, lo hacemos, lo perdemos. La lluvia no se deja medir, le recuerda a más de uno que para sentirse desarmado sólo hay que estar vivo, perder el empleo, que se muera el perro, divorciarse, o tener cáncer. 

No hay que asustarse, todos hacemos fila o nos hacen hacer fila, pero la lluvia viene. No espera, llega fría, segura y elegante en el parabrisas, en esas calles y en las manos sobre la vida de este mismo jueves.

Y llueve de a dos por uno, los cartones no dan abasto, las inútiles sombrillas son venta ambulante de a 1500. Pero el frío y la mojazón son receta para rico y pobre.

Buscamos el amor, lo encontramos, lo hacemos, lo perdemos. Sólo veo los ojos de mi padre y reconozco la palabra amor, la dibujo, la pinto y me la guardo en las entrañas, mi padre baila con la lluvia.

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