2 oct 2011

Lluvia en la cara

La habitación fue algo fría, sola y oscura. Sólo ella y yo con las ganas de amarnos como si nunca antes lo hubiéramos hecho, o como si nunca antes hubiéramos fallado.

Entre tanto, la controversia del mundo y ese dedo índice nos desnudaban sin vergüenza alguna. Nos miramos fríamente en el espejo, escondimos los pecados o por lo menos yo se los escondía a ella.

Pero el momento fue como lluvia en la cara, los pecados parecían aguardar en la puerta observando la geografía de su cintura.

Las horas estaban medidas, la luz del ocaso se asomaba por una  rendija, apenas lo único que se dejaba ver de este egoísta mundo. 

Mientras allá afuera, yo sabía lo perturbado que era el momento que se disputaba la guerra entre los sí y los no donde triunfaba la inseguridad del ta vez, donde otra cintura esperaba ser abrazada.

Con esos abrazos que le envuelven a uno el alma. Sí, ahí estaba yo nuevamente en medio de tanta guerra, por supuesto disimulando el sigilo en mis labios y el desconsuelo en el alma. Pues ella era todo lo que tenía.

Ella era, ella con aquel pudor de mujer que superaba a cualquier otra que supiera tantear mejor, ella con su pudor era como lluvia en mi cara.

Yo, nefasto y egoísta como el mundo entero, pero con ganas de amarle aún a sabiendas de lo que soy y con ganas de que me ame.