8 jul 2013

A sorbos

Pocas cosas en la vida se podían comparar con aquella irremediable soledad, pesada y callada. Tan antigua como el café y escrita en vos pasiva.

Embotada de nostalgias, casi casi rebozando impertinencia absoluta. Amarga pero sencillamente feliz. Como una felicidad a cucharadas de jarabe.

A conciencia pero sin gusto, ni tacto.

Sin embargo, algo la hacía caminar por la calle como si el mundo fuera esclavo del va y ven de sus caderas, y su pequeña versión de pechos de afrodita.

Antojada de lapsos de presente con devoción de futuro. Sencillamente feliz. Se tomaba a sorbos el café, que para ser precisos y en cuestión de segundos, le complacía al paladar.

Le había tomado tiempo. Sabía. Que era feliz. Que sonreía. Que las paredes escurren misiones fallidas y tiñen banderazos con un gran ego de soledad oportuna que se tomaba a sorbos.

Se sentó, alzó la barbilla y con la punta de la nariz señaló las estrellas. Ella sabía que no estaba sola.

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