Más allá de la somnolencia cotidiana, despierto todos los días por la mañanas con la mirada brillante y fija a cualquier buen horizonte. Despierto ya sea del lado izquierdo o derecho de la cama, semidesnuda escondiendo bajo el escote tanta pequeña afinidad.
Abrocho mis pantalones y combino mis fieles tacones con la cartera del día lunes. A simple vista suele parecer un fácil protocolo, pero cuando se tienen tantos pares de zapatos, la misión es casi imposible, toda una odisea.
La cabellera se deja suelta para ver si por ahí se enreda en ella algún hidalgo de buenas costumbres que quiera romper con sus morales costumbristas y de somnolencia cotidiana. Que me ame con éxtasis hasta descubrir las afinidades que le ofrece mi cuerpo de fémina, que no pretenda evitarse "tanta tramitología", (debe ser un síntoma de tal somnolencia), y me sorprenda en el proceso de cortejo.
Sin esperar, no prorrogo mi marcha por el bulevar de la vida. Me mantengo en suspenso, trabajando a esperas de cualquier buena oportunidad para el cumplimiento de mis más grandes añoranzas. Dejando de lado la somnolencia cotidiana que suele envolver y absorber.
Más tarde un exquisito café y el retoque al color de mis labios son la ceremonia para resucitar cuando el sol empieza a caer.
Así, más allá de la somnolencia cotidiana despierto todos los días con la mirada brillante fija a cualquier buen horizonte, para encontrarme con aquella afinidad que desde los cielos Dios me concedió.
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